Varias innovaciones condujeron al Canto Gregoriano hacia una
situación de crisis que se vio agravada con el Renacimiento, inclinación a recuperar las tradiciones de la
antigüedad clásica. Tras el Concilio de Trento, la Santa Sede decidió crear una
reforma de todo el canto litúrgico, pero en los siglos posteriores fueron
desapareciendo poco a poco los rasgos principales: eliminación de las melodías
en los manuscritos, supresión de los signos y desaparición del viejo
repertorio.
Se produjo un resurgimiento, reforzado con la creación de
una escuela para organistas y maestros cantores laicos, por Luís
Nierdermeier en 1853. Poco a poco, el Canto Gregoriano se ha ido recuperando y se ha ido extendiendo a otras, como Silos,
recuperándose gran número de manuscritos de los siglos X al XIII. En las
abadías, el monje se identifica con la vida monástica a través de la oración,
recitada siempre según el Canto Gregoriano, siete veces al día: maitines,
laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas.
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